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sábado, 1 de junio de 2013

En lo alto

Anochece lentamente en la cima de la nada. Allá donde el más anhelado silencio se hace presente, y la soledad juega sin mucho éxito a pasar desapercibida.

Bajo el manto de nubes se alzan preocupaciones, temores, llantos, alguna sonrisa, desesperación entre esperanzas marchitas.
Lamentos subiendo tan rápido como se desmoronan las voluntades trémulas.
Sobre el mar de nieblas, a medida que oscurece, el cielo se ve más estrellado, las estrellas más brillantes. Distantes, pero presentes. Acompañantes.

Hay quien se va y quienes vienen, sin más ruido que el de su propia existencia.
Idas y venidas, despedidas como nieblas que se esfuman al salir el sol, y no siempre regresan.

Es allá arriba donde el peso de las cargas se desvanece, perdiéndose por el camino de subida, arduo y empinado, difícil en su largo recorrido hasta el final, como los que se toman para alcanzar lo valioso.
Pero si algo se hace de notar es la calma, plácida, tranquila.
Y el frío, tembloroso y cortante, recordándote dónde estás.

El apenas perceptible quejido del viento apaga otros sonidos, ya de por sí opacos.
Pocas cosas se mueven tan sigilosas como las que habitan estos lares, silencio, soledad, nada.
El tiempo parece parado, disfrutando de un sosiego difícil de encontrar.
Poco hay aquí, pero lo que se siente dice más que lo que puede escucharse en muchos otros lugares.


Al fondo, las cumbres de los miedos se alzan grandiosas, desafiantes entre penumbras.
Por todos conocidas aún sin haber estado nunca allí.
Quizá algún día...

Pero hoy he alcanzado esta cima, y estoy en lo alto, observando por un instante desde aquí, donde todo se ve más pequeño, menos importante, o imprescindible...
La luz de luna crea un ambiente mágico de claroscuros, mientras la marea de nubes pasa meciéndose alrededor, hipnótica, fascinante.

Cansado, encogido en mi insignificante pequeñez ante tal espectáculo, medito, a solas en el techo horadado de un mundo con goteras, en el que llueven témpanos de olvido.

En Lo Alto

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