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miércoles, 3 de septiembre de 2014

Tren

Hace frío. El lucero del alba lucha con los primeros rayos de un sol que todavía se despereza, adormilado. Se le acabó el chollo. Hoy es solsticio, y a partir de ahora le tocará levantarse cada día unos minutos más temprano.
Es lo que tiene ser el responsable de cada amanecer; no puedes decepcionar a los noctámbulos que esperan ansiosos tu llegada.

La caminata es más ardua en esta época del año, pero también se disfruta más. Todo placer es mayor cuanto mayor es el sacrificio por lograrlo.
El sonido de la estación se convierte en algo inconfundible, por muy pequeña que esta sea. Bullicio entre las idas y llegadas, abrazos y despedidas, sonrisas y lágrimas. Llamadas a embarques y desembarques, gente que va, gente que viene.
Sentimientos que se entremezclan en el ambiente gélido. Alegrías al reconocer una cara de antaño, manos levantadas en un adiós con fecha de caducidad demasiado lejana. Algunas miradas al suelo, vacías. Tristezas por ausencias venideras.

El trasiego y las prisas de los pasajeros rezagados cargados hasta los topes contrasta con la parsimonia y sosiego de los viejos viajeros, cuyas livianas maletas de piel y cuero van repletas de recuerdos y olvidos, de momentos vividos e instantes perdidos en la memoria, que ocupan poco, y pesan menos.
Cruzo alguna mirada. PBrillantes unas, entusiastas, para las que seguro paso desapercibido mientras bajan de los últimos vagones del recién llegado convoy. Resecas las otras, ausentes, esperando resignadas su partida.
Parecen decirme algo...

Última llamada al tren, mientras busco en los bolsillos la razón por la que marchar.
La encuentro en un banco, abrazada. En una fría despedida repetida. Al cerrar mis ojos. Entre lágrimas. En palabras no pronunciadas. Escritas. En mi más roído interior.


El tren de la última oportunidad pasó de largo, sin parada en la estación fantasma del fracaso.
El humo negro del carbón se fue alejando, mientras queda en el andén el billete a un destino incierto. Pero aún sabiendo que esa estación de ambos nos esperaría fuera de nuestro círculo, de nuestra vida...


Ahora, con el corazón abierto y el alma cerrada, férrea en apariencia, ignoro por qué ese último tren perdido fue a descarrilar sin ocupar en él mi lugar, con el chirriar de los frenos como último suspiro.
Pero en las vías esperanzadoras por el tiempo quedaron esparcidas ilusiones rebeldes y proyectos con magia, huidas sin rumbo y maletas de cuero, cerradas y ocultas. 

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