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sábado, 15 de diciembre de 2012

Nacido de un alma


Nacido De Un Alma


Nacido De Un Alma



Llegó ese día. Era esa una tarde especial. Lo notaba en el aire. Lo sentía en la sangre. Grises nubes se movían en lo alto, mecidas por un viento pausado. Toda mi alma permanecía en silencio, precavido, prudente, observando cuanto acontecía.

El sendero del vestuario, ascendente, estaba bien marcado en el terreno, durante largo tiempo transitado.
Siguiéndolo, se llegaba a un punto en la esquina del santuario quebrado, salpicado por suspiros de concentración, viejos testigos de hechos pasados. Empecé a recorrerlo, con calma, lentamente.

Bien es sabido que ningún camino es fácil. Tampoco este. Existía un momento en la subida donde el paso transcurría entre dos altas paredes, talladas verticalmente casi a la perfección. Ese era el punto crítico, en el que, a menudo, aquellos cegados por su instinto u obsesión caían en la trampa, colocada allí a conciencia, y quedaban apresados, a la espera de acontecimientos nada gratos.
Por suerte él, conocedor del peligro, había aprendido a sortearlo.

Más adelante, y a mayor altura, existía una puerta desde el que se divisaba la amplia llanura del terreno de juego situada a los pies de ese singular barrio. Solía detenerme siempre y divisar el horizonte, en esa ocasión borroso por una neblina que caía sobre la vastedad de cuanto podía alcanzar a ver.
En ese atardecer sombrío algo a lo lejos me llamó la atención. Observé, con mis ojos acostumbrados a la oscuridad, el movimiento rápido entre la bruma de varias figuras, apenas sombras en la distancia, como fantasmas en una noche cerrada. No les di importancia. Sabía quienes eran y conocía sus propósitos. Por suerte, donde él se encontraba, estaba a solas, alejado de influencias nada deseadas. De hecho, llevaba tiempo solo, y algo había nacido en su interior que le hacía intuir cuándo no era así.

La llegada a la cima era, al igual que la noche, especial. Similar y distinta cada vez. Una brisa calmada le recibía, un juego de equipo y sombras rivales me envolvía mientras andaba entre el banquillo y me dirigía al pequeño claro situado en el punto más céntrico. Mi zona, mi lugar, mi orígen que nadie me invadirá.
Era ese un lugar al que seguía volviendo cada cierto tiempo, aun cuando casi nada cambiaba en mi visita tras visita, rival tras rival. Al llegar, levantaba por vez primera en todo el partido mi mirada. Y allí estaba ella, cada una de esas noches. Tan bella como distante. Tan hermosa como lejana. Tan deseada como inalcanzable. Tan llena. Esa dulce victoria que muchos han ninguneado.

En esos momentos, poco más necesitaba que mi propia soledad... y su brillante compañía. Y, alentado por su gente, repetía siempre el mismo ritual, que a muchos estremecía.
Cerraba los ojos, bajaba la cabeza y, tras concentrarme, lentamente la subía, alzando su voz y aullando un lamento nacido de un alma... un alma de lobo.

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