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miércoles, 20 de febrero de 2013

Montaña

Ocurre que, a veces, nos marcamos objetivos, metas, que sólo tienen sentido para nosotros mismos. Son esos propósitos que cuando únicamente dependen de uno mismo, hacemos lo posible por cumplirlos. Y este, pudiera parecer, era uno de ellos.

La innecesaria subida a la gran montaña, cuyas faldas comenzaban en las mismas puertas de su casa, y que, desde pequeño, había visto y admirado por su grandeza, era también un reto, un deseo que había tenido a menudo ya de niño, y que, ahora, acababa de cumplir.

La ascensión, en solitario, había sido dura. Lenta pero firme.
La llegada a la cima, y el breve descanso en ella, contemplando la belleza que le ofrecía la visión de un mundo hasta entonces desconocido, era una sensación especial.
Pero todavía faltaba lo peor. El descenso, tan o más largo que la subida, pero casi nunca tenido en cuenta por parte de aquellos cuyos ojos sólo son capaces de ver la cumbre, el camino hasta ella, pero que son ciegos en cuanto oyen hablar de bajar de cualquier sitio en el que se sienten superiores a los demás.
Es en estos casos en los que descender se convierte, inevitablemente, en una vertiginosa caída.


Conseguido.
Llegó al sendero que conducía hasta mi casa entrada la noche, con el sol durmiendo ya tras la cima que, al fin, había coronado, y cuya sombra le había cobijado durante el descenso.

Los pies, destrozados.
El corazón, fortalecido.
El alma, calma.
La sonrisa, acompañándome desde allá arriba, como si la hubiese encontrado allí.
Me crucé, llegado a los lindes del pueblo, con varios de sus vecinos que, tras saludarle más bien por obligación que por cortesía, me observaban como si de un loco se tratase, criticando, y a la vez envidiando, cómo tras perderme durante un día entero, podía volver sucio, mugriento... y sonriente.

Esa noche dormiría bien, no sólo por el cansancio.

Y es que la satisfacción por un logro conseguido, o simplemente, por el mero hecho de haberlo intentado, es imposible de apreciar por parte de aquellos que ni tan sólo se lo proponen.
Y esta satisfacción es valiosa incluso cuando se trata de aquellas metas que sólo tienen sentido para uno mismo.
Quizá sea, en este caso, en el que más preciada es...

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