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miércoles, 20 de marzo de 2013

Enterrando palabras


La hoja, en blanco, sólo contiene renglones torcidos, vacíos. Insulsos, despojados de todo valor, esperan, quizá en vano, algo que les llene, y les dé sentido.

Dejo la vista clavada en ella, mientras mi mente viaja a lugares donde habitan los sueños. Y, con ellos, pesadillas e insomnios. 
La dejo vagar por ellos. Al menos, así no me atormenta. Por un tiempo.

A un lado, el bolígrafo, nuevo, lleno hasta los topes, parece burlarse. Seguro que, tras múltiples devaneos, cuando vaya a escribir la primera letra, no funcionará.

Esta vez sólo han sido necesarios dos intentos. Parece que tiene la necesidad de sacar lo que lleva dentro.
La tinta, negra, contrasta con la palidez del papel, formando signos, letras, palabras, frases, cuyo significado no siempre es el mismo para quien las lee, o escucha. 
La misma palabra, escrita o dicha en distintas situaciones, o por distintas personas, puede causar reacciones totalmente antagónicas. Desde una gran sonrisa o alegría, hasta lágrimas y la mayor tristeza. Incluso odio, dolor, rencor.
Todo ello, una sola palabra. 
Todo ello, una misma palabra.


Cierro los ojos. Las palabras con las que intentar dar significado a sensaciones y emociones parecen huir de mi mente, conocedoras del destino que les espera si merodean por ella demasiado tiempo. A veces, se amontonan, queriendo salir a la vez. Otras desaparecen, dejando el vacío como único consuelo. O tortura.


Me dejo llevar. 
Cuando me doy cuenta, los conceptos han comenzado a fluir, las frases a construirse, los párrafos a llenarse de sinsentidos.
Últimamente, los borrones y tachones abundan más. También los silencios. Y los puntos y aparte. De los suspensivos, prefiero ni hablar…

Tengo la sensación de que, tras cada pausa, lo plasmado en el papel quedará ahí para siempre, oculto para quienes no quieren ver, como si junto a la acción de escribir, estuviese cavando tumbas. Zanjas, en las que depositar significados fallecidos. Intentos fracasados. Oportunidades fallidas.
Nichos que no tendrán ramos de flores, ni siquiera marchitas. Ante los que no llorarán, pues las lágrimas ya se derramaron. Mucho antes de empezar a cavar.


Al final, termino, no siempre con punto final, enterrando una parte de mí. 
Y sobre la mesa, sólo quedan hojas escritas, repletas de tumbas sin nombre. 
Cementerios de palabras.

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